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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9786070774799
Editorial: Planeta Pub Corp
Ante la crisis del COVID-19, hemos fallado como sociedad, priorizando otros aspectos en lugar de la protección de la salud y de la vida.
Esta es la razón por la que la Dra. Laurie Ann Ximénez-Fyvie escribió este libro, para ofrecer un seguimiento sobre cómo se vivió la pandemia en el mundo, pero sobre todo en México.
Un virus infectó a un murciélago, que a su vez infectó a otro animal, cuya especie aún se desconoce. Ese animal se encontró en China, en un mercado de animales vivos, muy atestado, ese tipo de lugares que el mundo anglosajón llama wet markets.
Hay gente comiendo murciélagos, ranas, tejones, anguilas y tortugas en el mismo ambiente en el que se manipula sangre y heces de esos mismos animales, mientras se preparan para su venta.
Ahí fue en donde el virus pasó de un animal a otro para finalmente hospedarse en el humano. ¿Cómo es posible que sucediera algo así? Esta infección solo puede ocurrir cuando se está en presencia de un desarreglo ecológico como el que se mencionó. El origen del virus era inevitable, lo que pasó después no.
A finales de 2019, en China empezaron a presentarse unos pocos casos de una enfermedad muy extraña, severa, con alto índice de mortalidad y que nadie identificaba con alguna enfermedad respiratoria conocida.
En noviembre de ese año, algunos médicos hicieron sonar las alarmas y el gobierno chino decidió silenciarlas. Los contagios se diseminaron, se extendió la epidemia y la gente comenzó a morir.
Así, el virus salió de China con el primer ser humano infectado que tomó un vuelo hacia el extranjero.
No tardaron en detectarse los primeros casos de esta infección fuera de China. Las autoridades sanitarias mundiales recibieron este aviso pero tardaron en tomar medidas. Cuando finalmente lo hicieron, su reacción fue tibia.
Ya había contagios por todas partes y los gobiernos de cada nación decidieron, al ver la vacilación de las autoridades sanitarias internacionales, que sus respuestas también podían ser tibias.
Cuando el virus salió de China, casi inmediatamente hubo casos en Australia, Nueva Zelanda y otros países del sureste asiático.
Hubo una falsa sensación de seguridad en Europa, debido a que el virus parecía presentarse solo en esa parte del mundo, y esa sensación se reforzó durante un tiempo en el que en Francia no hubo más que unos pocos infectados.
Eso les costó muy caro a los demás países. Si Europa hubiera cerrado sus fronteras y anticipado el problema que venía, hubiera reducido la magnitud de la catástrofe y miles de vidas se habrían salvado.
El primer caso de COVID-19 en Europa se detectó el 24 de enero, en Francia. Para finales de febrero, el virus también se había extendido a Italia, convirtiendo a Europa en el epicentro de la pandemia.
Alemania, a diferencia de otros países como el Reino Unido, decidió darles la oportunidad a sus habitantes de hacer cuanta prueba fuera necesaria para ir descartando contagios, eso evitó que el número de muertos y de contagiados fuera tan alto como en otros lugares.
Sin embargo, aunque se diga que no, todo lo que pasó en este continente se pudo evitar, pero tristemente no hicieron caso a los avisos de manera acertada.
Latinoamérica es el continente más urbanizado del planeta y, tal como ocurre en México, gran parte de la población vive en condiciones de hacinamiento, donde la sana distancia es muy difícil de cumplir.
Dados el trabajo informal y el vivir día a día, tal es la situación de la mayoría de los latinoamericanos, que hace que la práctica de quedarse en casa sea únicamente posible para aquellos que pertenecen a las clases media alta y alta.
Esto se suma a las grandes disparidades entre la atención médica pública y privada que se observa en estos países. La mayoría de los infectados fueron hospitalizados en hospitales del sector público.
A finales de febrero de 2020, cuando se confirmaron los primeros casos de contagio en Latinoamérica, se pudo notar que, a pesar de haber tenido como ejemplo a otros países para evitar la propagación de la enfermedad, se hizo todo lo contrario.
Si tan solo las autoridades hubieran puesto en práctica las medidas que son principios básicos en epidemiología, en México se habría podido frenar la pandemia, o por lo menos los muertos no hubieran sido tantos.
López Gatell, subsecretario de salud de México, mencionó en la primera fase de la pandemia que no era necesario cerrar escuelas ante el primer caso de contagio, y que era necesario esperar a que hubiera 100.
Aseguró que era mejor esperar a tener un número considerable de contagios antes de implementar las medidas de aislamiento y separación, y que era preferible que se contagiara la mayor cantidad posible de personas, niños en este caso, para que se creara la inmunidad entre la población.
Para que en México, con una población aproximada de 127 millones de habitantes, se pudiera dar una inmunidad de rebaño efectiva por medio de la infección natural masiva de la población, tendrían que infectarse entre 88,9 y 101,6 millones de personas.
De ellas, entre 13,3 y 15,2 millones requerirían hospitalización, entre 4,4 y 5,1 millones alcanzarían un estado crítico, y entre 3,5 y 3,8 millones de personas morirían.
Para dejarlo un poco más claro, ningún manual de epidemiología propone que la gente se contagie.
Un mes después de registrarse las primeras infecciones de COVID-19, López Gatell declaró por fin la fase 2, pero dejó de hacer el rastreo de contactos, diagnosticar al mayor número de personas posibles, seguir a todos con quienes convivieron y aislarlos.
Ese mismo día, el vocero de la pandemia en México emitía una declaración desafortunada sobre las cifras de mortalidad del virus frente al presidente de la República mexicana, en donde decía que a comparación de otros países, en México apenas se tenían algunos casos de muertes.
Unos meses después, sin embargo, declararon que la pandemia en realidad era ocho veces peor de lo que en realidad se decía pero que, a pesar de ello, se seguirían tomando las mismas medidas: “No necesitamos cambiar la estrategia [...] esta estrategia la definimos en enero y es para toda la pandemia”, aseguraron en una entrevista.
Pero si la pandemia era ocho veces peor que en enero, ¿por qué no se tomó otra decisión?
La fase 3, la más grave de la pandemia, implica que el virus está tan integrado a la población que es prácticamente imposible dar seguimiento a la cadena de contagios.
La transmisión se ha generalizado tanto que el contagio es comunitario y los casos diarios se disparan. En México esta etapa comenzó el 21 de abril de 2020.
Y aun así no hubo cambios en la estrategia sanitaria: nada de pruebas diagnósticas masivas ni rastreo de contactos, pero sí un férreo monitoreo de la capacidad hospitalaria.
El éxito de la estrategia de López Gatell se traducía, para él, en la baja ocupación de camas en hospitales públicos, sin ponerse a pensar que la mayoría de mexicanos no eran aceptados en los hospitales hasta que presentaban síntomas graves y muchos de ellos ni siquiera alcanzaban a llegar a un centro médico.
Sin embargo, la culpa está dividida en dos: la ciudadanía y las autoridades. La gente tiene que tomar su responsabilidad y hacer lo necesario para ser parte de la solución y no del problema, en beneficio de todos.
Ninguna medida funciona si no hay mecanismo de control por parte de las autoridades.
Según estudios publicados en The Lancet sobre la distribución de casos, alrededor del 80% son asintomáticos, presintomáticos o leves, el 15% son severos y requieren hospitalización y el 5% son críticos, y requieren cuidados intensivos y respiración mecánica.
A través de los siglos, la ciencia médica y las sociedades en general han aprendido que para mantener a salvo a la población de las enfermedades virales, primero hay que prevenirlas y después tratarlas de forma temprana.
La mejor estrategia es la vacunación, pero cuando no se tiene acceso a ello, se debe dar atención médica temprana para detener la enfermedad y controlar su severidad, para así poder disminuir su riesgo de muerte.
Sin embargo, en México, para el subsecretario de salud, la baja ocupación de camas hospitalarias es un índice de que “se va bien”. Hasta el mes de noviembre de 2020, hubo pocas camas ocupadas porque se rechazaba a la mayoría de pacientes con sospecha de infección.
Las camas solo eran para personas en estado grave, para que la población supiera que si la enfermedad se agravaba habría una cama para atenderlos.
La estrategia para tener esas camas vacías era mandar a su casa a las personas y dejarlas morir ahí.
A diferencia de Europa, México nunca pudo controlar la pandemia. El continente europeo logró controlar la primera oleada y ahora está en la segunda. México entró en la primera oleada y allí se quedó, porque nunca se controló. Y se dio una aceleración y crecimiento de la pandemia.
En México se están registrando casos de forma inadecuada. Es decir, todos los países reportan casos confirmados conforme a las pruebas diagnósticas por PCR (reacción en cadena de la polimerasa), que es el estándar de oro.
En México, el gobierno se niega a ampliar la capacidad de las pruebas PCR, entonces se usa otra manera de reportar los casos. Así, no solo se reportan casos confirmados por PCR, sino también casos por asociación epidemiológica y por dictaminación.
La dictaminación es para los casos en que el resultado no se pudo obtener o no se obtendrá de forma clara, o se encuentra en estado indefinido de confirmación, que pueden ingresar al sistema si está vinculado con la asociación.
En resumen, en México nunca se han hecho suficientes pruebas.
Si a esto se suma que el invierno trae enfermedades estacionales, ¿cómo se podrá saber qué enfermedad se tiene?
El panorama de la pandemia en México para el año en curso es incierto. Aun así, después de casi un año de lucha contra la COVID-19, las autoridades sanitarias de distintos puntos del planeta tienen un mejor entendimiento del virus, la manera de propagación y la forma de atenuar sus daños.
Las respuestas no son sencillas; la solución es complicada, pero lo cierto es que para hacer frente a este problema se requiere de la intervención decisiva de nuestras autoridades en los ámbitos federal, estatal y local.
Tienen la obligación de encontrar soluciones que permitan a este segmento de la población sobrevivir y salir de esa dicotomía entre morir de COVID-19 o morir de hambre.
En México, a diferencia de otros países, la población que más enferma y muere por este virus no son los adultos mayores, sino la población económicamente activa.
Recordemos que mientras nosotros esperamos y nos guardamos en casa, alrededor del mundo muchos grupos de científicos están trabajando sin descanso para encontrar la cura a la enfermedad.
Margaret Keenan se convirtió en el primer ser humano en recibir la vacuna contra la enfermedad que ha puesto de rodillas al mundo entero y ha cobrado la vida de cerca de dos millones de seres humanos.
Es indispensable entender que en este momento el control de la pandemia tiene que recibir la prioridad más alta, por encima de cualquier otra consideración, para reducir la pérdida de vidas y poder empezar a tener una recuperación sostenida de las actividades productivas.
A México no le alcanza para hacer tests suficientes, pero sí para frenar el turismo y tener a la mayoría de su población desocupada.
Cada caso implica un empleo que no se desarrolla, una familia que deja de tener sustento, y con esto viene un efecto dominó que deriva en una crisis.
Al final, no solo se está hablando de la pérdida de la vida física de los enfermos, sino también del deterioro emocional de sus seres queridos.
Si esto sigue así, ¿quedará suficiente gente viva para reactivar la economía del país?
Si te interesa saber cuál hubiese sido una buena estrategia para frenar la pandemia, “COVID-19: El gran reinicio” de Klaus Schwab y Thierry Malleret, es ideal para ti.
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Tiene un doctorado en la Universidad de Harvard. Actualmente es directora general de la iniciativa “Salvemos con ciencia”, donde asesora proyectos para controlar la COVID-19. Se hizo fam... (Lea mas)
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